WILLHEILM. "EL INTRÉPIDO"
Acababa de esconderse el sol tras las grandes montañas de hielos imperecederos de la cordillera blanca en el horizonte. Las antorchas volvían a prenderse en las calles de la ciudad. Y la nieve volvía a caer sobre el cuerpo de Willheilm III, "el intrépido", príncipe de Izgard, y sobre la guardia de jinetes blancos que le acompañaban, Einar e Ivar, amigos de la infancia del príncipe. Atravesaron la empedrada avenida principal que partía a la ciudad blanca en dos, en dirección al castillo de plata, cabalgando sobre sus majestuosas monturas, que no eran nada menos, que leones blancos de un tamaño tal, que competían en altura con caballos. Estos emitían sonoros rugidos con cada paso y salto, haciendo de su aparición una visión impactante a ojos de la plebe, que observaba con entusiasmo la escena, abriendo puertas y ventanas para ver al joven príncipe, ataviado con una armadura de placas, y luciendo una larga cabellera rubia que ondeaba golpeando la espalda del mismo con cada trote.
El joven príncipe alzó el brazo izquierdo apretando el puño cuando llegaron a las puertas del castillo de plata, estirando de las riendas de Volken, su león blanco, aminorando la marcha. Y los dos jinetes blancos que le acompañaban hicieron lo propio. A la vez que el centinela de la torre pregonaba la nueva, "El principie ha regresado, abrid las puertas". Y allí estaba, el castillo de plata, su fortín, esculpido prácticamente en la montaña, hogar de reyes y motivo de leyendas, su primera linea de defensa, era una impenetrable muralla de seis metros de alto, por tres de ancho de pura piedra; daba a un patio inmenso, poblado por la hierva y la tierra, para desembocar a una segunda media luna amurallada con otra pared de piedra, a la que de nuevo, otro centinela dio el aviso "¡Abrid las puertas!". "El Intrépido" atravesó esta vez la segunda puerta, junto con los jinetes blancos, subiendo las callejuelas pavimentadas de la ciudadela, que se extendía breve pero intensamente, con sus grandes caserones dignos de la élite del ejercito Izgardiano.
Dirigiéndose a los establos de los leones, donde dejaron allí a sus ejemplares y subieron lo que quedaba de colina andando... Llegaron hasta el portón del fortín, y el soldado de turno les dio la bienvenida con una reverencia, abriendo las dos hojas de madera de roble.
Entrando en la inmensa sala del trono, donde un alto techo de mármol que se sostenía gracias a unos recios pilares del mismo material, reflejaba la luz de las antorchas, esculpiendo las figuras del príncipe y sus compañeros en sombra. El rey Willheilm II, aguardaba sentado, débil, prácticamente sin fuerzas, pues una enfermedad desconocida se había adueñado de el meses atrás. Minna, hermana del príncipe, estaba a su lado, con la mirada perdida al vacío... y triste.
Al llegar frente al trono Willheilm y los jinetes blancos Einar e Ivar, se arrodillaron ante el, para que seguidamente el príncipe se levantase diciendo - Mi rey... Gedeón asola las aldeas del noreste. En la cordillera blanca todos hablan de muerte, dolor y pena, causada por la insaciable ansia de sangre del demonio... -
Minna volvió en si cuando su hermano habló, agarrando el hombro de su padre con ambas manos, a modo de caricia.
El rey quiso levantarse, pero no pudo... y en su cara se leyó el pesar, seguidamente con un débil hilo de voz pronunció - No hay mas hombres en Izgard hijo mio... - Al terminar la frase, una sonora tos brotó de su garganta, escupiendo sangre al suelo de la sala, con un alarido de dolor.
El joven príncipe no pudo mantener la compostura, y de dos zancadas se postró contra el trono y las piernas de su padre, arrodillado ante el, con los ojos cristalinos y agarrando las manos de este con las suyas dijo -No muráis padre, partiré hacia el sur, y traeré el poder necesario para salvar Izgard, nuestro reino, os lo prometo -
Una leve sonrisa se dibujo por un momento en la cara del rey... - Sé que lo harás - murmuró, pero nadie lo entendió con claridad... y Minna interrumpió la escena con una lagrima surcando su mejilla - Willheilm, nuestro padre necesita descansar... lo llevaré a su estancia -.
***
El viento arreciaba a la mañana siguiente con las primeras luces del alba, Willheilm se encontraba ya ensillando a Volken para partir hacia el sur, lejos, atravesando las tundras norteñas llenas de peligros... Einar e Ivar, ataviados con armaduras de campaña y con todo el equipo preparado de antemano llegaron al establo y se pusieron frente a frente con "el intrépido", de brazos cruzados y frunciendo el ceño, él sabía que no les convencería para que se quedasen en Izgard, por tanto, aceptó de buena gana su compañía y los recibió con una sonrisa mientras enfundaba la "Lagrima de Izgard" espada de sus antepasados en su vaina, recién afilada.
Los tres jinetes dejaron la capital del reino aquella mañana, rumbo suroeste, hacia el final de la cordillera menor y sus largos pasos de montaña... atravesaron la depresión del río Iz y sus extensos valles cubiertos por la verde hierva y los pequeños bosques, llenos de magia y belleza, cruzaron las colinas de los túmulos, al final del gran valle, en memoria de los antiguos reyes del pasado, para mas tarde subir los puertos montañosos de la cordillera menor... y por fin, llegaron después de un mes al linde de las fronteras de Izgard con los paramos del norte... tierra de gigantes.
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